
Hubo
un tiempo, hace bastantes años, que daba mis primeros
pasos a todos los efectos en esto del arte de cazar en la modalidad
de la Mayor, cuando la cuadrilla de la cual formaba parte, recién incorporado a ella, había decidido probar suerte en la Reserva
Nacional de Saja, ubicada en territorio de lo que por aquel entonces
se denominaba provincia de Santander, hoy Cantabria, animados por las
noticias que nos llegaban con respecto a la densidad de jabalíes, al
parecer muy superior a la de nuestro Principado, lo cual nos hacía
creer en la posibilidad de ver aumentado el número de capturas de
este cerdo salvaje, o cuando menos, tener más opciones a realizar
lances a tan singular y atractiva especie cinegética.
Con
esa decidida vocación, presentábamos nuestra candidatura en el
proceso de adjudicación de permisos, mediante sorteo público
celebrado en la Delegación en Santander de la 8º Región de Caza y
Pesca Continental, dependiente del Servicio Nacional de Caza y Pesca,
más tarde I.C.O.N.A, Con estas perspectivas, una vez agraciados, en
nuestro poder los permisos correspondientes, nos adentrábamos cada
quince días en aquel territorio, con la mirada puesta en hallar mas
posibilidades de celebrar lances a este suido. Ello nos suponía
madrugones y desplazamientos por carreteras que no eran precisamente
las autopistas de hoy, que facilitan en ese sentido las cosas. Aún
de noche, sin asomar el alba invernal, café y corbatas en Unquera.
Clareando tímidamente el alba a la salida de nuestro refrigerio, de
nuevo a los coches para transitar con mucha precaución por la
sinuosa calzada del desfiladero de la Hermida rumbo al cazadero, casi
siempre más allá de la interesante y monumental villa turística de
Potes.
La
verdad es que el grupo que formábamos se encontraba ilusionado con
esta nueva andadura cinegética, lejos de donde solíamos cazar, pero
con la esperanza e ilusión puesta en hacer algo positivo. Ni tan
siquiera intuíamos lo que nos esperaba. Pronto comprendimos que en
aquel territorio parte de su gente nos era hostil, motivado por
nuestra condición de cazadores foráneos; renegaban de la
comparecencia de otros cazadores venidos de fuera. Nos faltó
previsión informativa veraz (si alguien la tuvo en el grupo, no
fuimos informados) Desconocíamos muchas cosas y otras no las
tuvimos en cuenta. Las consecuencia desagradables para nosotros por
ese motivo no se hicieron esperar. Alguno de nuestros coches sufría
desperfectos relacionados con la ruptura de limpiaparabrisas y ruedas
rajadas. Durante el transcurso de las cacerías, se hacia normal ver
perros sin collar identificativo correteando por el medio de las
batidas, retrancas ocultas, cuadrillas cazando en nuestro área etc.
Incluso se nos culpó de la muerte de unas cabras domesticas, con el
argumento de que habían sido nuestros perros los autores de tal
matanza, cosa que no pudieron demostrar. Personalmente al bajar del
monte, una vez finalizada la cacería, me encontré con la
desagradable circunstancia de tener las cuatro ruedas pinchadas de mi
Seat, 850. Todo un “detalle”.
Con
estas actuaciones no terminaban nuestras desdichas cazando. El caso
es que, en las dos temporadas que teníamos comprometidas y firmadas,
solamente habíamos cobrado un solitario jabalí. En 24 cacerías, no
había visto, ni tan siquiera correr alguno. Las capturas de este
animal, estaban reservadas para otros: cazadores residentes en la
zona y regionales, donde no faltaban influyentes jerarcas del Régimen
político de aquel tiempo y alguna que otra autoridad civil, como
pudimos comprobar.
No
obstante, si que he tenido momentos de distinta índole que, por su
significado guardo en mi memoria (no todo fueron insatisfacciones);
recuerdos imperecederos de experiencias vividas cazando. Como sino
poder olvidar aquella vez en que pude rescatar una cría de corzo de
un lazo que la oprimía por la mitad de su cuerpo. Aquel día,
entraba a la cacería con un perro a la cadena. Me tocaba ir de
batidor, aunque permitían llevar el arma, en este caso escopeta
calibre 20, que aún poseo y guardo con
sumo cuidado, bien atendida y en perfecto estado de revista que
permite su uso perfecto (no podría hacerlo de otra forma. Alguna
perdiz, liebre y codorniz he cobrado en abierto con ella en Castilla
y Arceas, pocas, en Asturias), pues no en balde me la había regalado
mi querido padre a la temprana edad de dieciocho años. En esas
estaba, cuando de pronto me había llegado un ruido débil en forma
que me parecía de un quejido producto de un fuerte dolor; me fui acercando como pude hacia él, sorteando la espesa vegetación de
aquel enmarañado bosque.
La
queja se hacía mas patente. Pronto tuve la sensación de que algo se
movía entre unas ramas; bien orientado por lo que percibía, hacia
allí dirigí mi mirada, pronto pude ver una escena que nunca antes tuve la oportunidad de contemplar: una cría de corzo se
batía tratando de zafarse de un lazo que supuse fuera de acero.
Ello
hacía que aquel artefacto que tanto la oprimía le produjese una
profunda herida que traspasaba la piel quedando la carne viva en toda
una franja alrededor de su cuerpo. Pude librarlo de aquel enredo, no
sin dificultad y, escopeta en bandolera, la cadena que sujetaba al
perro enganchada en mi cinturón, puede con gran cuidado acoger en
mis brazos al corcino y caminar no sin grandes esfuerzos, para
acercarme hasta el guarda acompañante y hacerle entrega del animal
herido Lo llevaría, según me dijo, a un centro de rehabilitación
de animales del que disponía el Gobierno de aquella Comunidad. No
tuve más noticias. Supongo que el mal estado del animal haya sido la
causa de no haber podido superar el problema que padecía.
En
la misma Reserva, batiendo el jabalí, me sucedió lo inesperado.
Ver venados en la zona era algo muy normal. En el transcurso de la
batida, era bastante fácil que, con el alboroto, se moviera algún
ejemplar de esta especie dando lugar a que su imponente figuran nos
deleitase la vista. Alguno de estos animales se quedó retrasado
haciendo caso omiso de las voces de los monteros, entre los que me
encontraba. Caminaba en este sentido por entre una arboleda, cuando
de repente siento un estallido en el ramaje por encima de mí, a
escasos metros de donde me hallaba. Dirigí rápido la vista hacia
aquel punto en concreto, justo a tiempo de poder evitar una embestida
de dos ejemplares que se abalanzaban contra aquel intruso que les estaba importunado su paz y descanso. En aquel instante bien de
reflejos físicos y mentales, con rapidez de movimientos, logré
echarme a un lado de un ágil y largo salto, evitando que alguna de
aquellas astas de fornida, amplia y afilada cornamenta que en
desesperada loca carrera monte abajo, emprendían sus propietarios,
impactaran contra mi cuerpo.
Evidentemente,
lo de cazar en aquella Reserva, nos resultó un fiasco. Hoy es todo
muy distinto, la cifra de jabalíes capturados en Cantabria es
sensiblemente muy inferior a la de Asturias.