A mayor densidad de este animal, más gastos. La disyuntiva que se nos plantea a los cazadores es “que hacer.” Me refiero al aprovechamiento cuantitativo de esta especie. Mantener su excesivo nivel poblacional requiere de previsiones económicas a los gestores de los Cotos Regionales, que les permitan atender las indemnizaciones a los damnificados por los daños que este suido produce en tierras de labor y pasto y en accidentes de circulación de vehículos en nuestras carreteras.
Una situación que parece no decae, más bien se acrecienta de continuo a pesar de las numerosas extracciones que se producen, como consecuencia de su caza. No se ha conseguido reducir, por la acción de los incesantes abates, la cuantía de los individuos que colonizan sus numerosos asentamientos; su presencia ya no solamente obedece al desarrollo de su ritmo vital en nuestros montes y valles, sino que se han instalado y puesto cerco a nuestras ciudades y villas (incluso merodean alrededor de casas unifamiliares en las afueras de estas urbes), en donde se detecta de continuo su presencia, siendo muy frecuente verlos cruzar viales y avenidas, a plena luz del día.
Por lo tanto queda claro, según se percibe, que este animal, a pesar de todo, aumenta constantemente de forma cuantitativa, haciendo alarde de su enorme capacidad de supervivencia que le permite aclimatarse a cualquier situación (no olvidemos su condición de omnívoro), cuestión que nos debe hacer reflexionar a los cazadores sobre la conveniencia de sostener su nivel poblacional, incluso incrementarlo con una caza sostenible que lo permita, o reducirlo puntualmente, a través de descastes temporales intensivos, siempre que las necesidades lo requieran, su capacidad de reproducción, pero no por ello inhabilite al cazador para la práctica de su caza, solamente ocurriría que los lances y cobros no tendrían la misma resonancia (caso de una disminución sensible) que los actuales que se están dando.
Conviene discernir sobre cuáles serían las situaciones que se crearían en torno a estas dos opciones. Una sensible disminución de efectivos de este cerdo salvaje, conllevaría una sustancial reducción de los daños y por ende una menor presión hacia las sociedades de cazadores, que se verían aliviadas en sus presupuestos de la obligación de atender económicamente lo desperfectos producidos y de las que por Ley son responsables.
La consecuencia lógica de una menor densidad de esta especie se trasladaría a un deslizamiento progresivo y adecuado, vinculados con los parámetros estadísticos que señale nuestro coste de vida anual, con incrementos racionales soportables que facultarían su atención a las economías modestas, en cuanto a las cuotas a desembolsar por los afiliados a estas entidades. La solución es de prioridades: tener más posibilidades de realizar lances y por deriva lograr más capturas, lo que supondría un coste mayor o por el contrario que estás disminuyan y el costo sea menor.
La cuestión no es nada fácil; influyen en su realización factores determinantes que lo cuestionan. La caza, todo su estamento es un puro negocio, salvando excepcionalidades, cada vez menos, que adulteran su concepción y desarrollo. Se han hecho abundantes transposiciones en armamento por aficionados, seguidores de esta modalidad de caza mayor, sustituyendo aquellos denominados de perfil bajo, en cuanto a su contundencia, por otros sofisticados, más resolutivos en su finalidad que han necesitado de una cuantiosa inversión. Un mercado creciente de perros de rastro que alcanza parámetros de valoración insospechados, por inusuales en otros tiempos, y personas dedicadas a “montear” como una incipiente profesión, que permite una sustancial complementariedad de ingresos conformando una industria en alza que posibilita importantes réditos crematísticos.
Una sensible merma de la actividad cinegética, en orden de capturas, seguramente no sería aceptada por esta nueva clase costumbrista que ha cambiado sus objetivos prioritarios (cazar más con mayores y mejores resultados) antagonista de la que se practicaba en otra época, aún no lejana, abocada a padecer por su voluntad, la exigencia de tener que rentabilizar el alto precio que señala el mercado en la adquisiciones de armamento sofisticado. En definitiva hay que rentabilizarlo todo; nuevas armas, perros, ojeadores o monteros, y ello solamente se consigue con un nivel de sostenibilidad elevado de fauna cinegética. Un problema muy serio, de difícil tratamiento, para las arcas de las gestoras con metodología social en la caza, (sociedades de cazadores) que viven fundamentalmente de las cuotas de sus afiliados, deterioradas en sus estados financieros, señalando algunas quiebra absoluta, consecuencia lógica de la imposibilidad de poder mantener cuantiosas indemnizaciones por los daños que produce el jabalí
De ahí que si se quiere mantener e incluso subir la cota del actual estatus de oportunidades, se deberán incrementar nuestras aportaciones. No parece que el jabalí, en la actualidad, de muestras de recesión. De no reducir esta especie, los problemas se harán mayores. El abandono que pudiera darse por las gestoras de caza de los terrenos objeto de acotado, ante la inviabilidad de sus proyectos, sería de gravísima repercusión, no solo para el medioambiente y ámbito rural, sino que también para la provisión y reposición continua de fondos por parte del gobierno del Principado, último responsable.
Por tanto, el buen ejercicio de la caza, todo lo que de ella se desprende, tiene influencia positiva en nuestro ecosistema. No debe obviarse por parte de nadie y menos por los encargados de su ordenamiento que la caza cumple una función social de gran magnitud. Debe pues, ser considerada y protegida, desde órganos públicos, con superior criterio y atención que el hasta ahora demostrado; conviene apuntalar sus estructuras con aportaciones sistemáticas que ayuden a sufragar gastos para que todo un sistema propagador de riqueza a través de su intenso dinamismo no se desmorone. Si no hubiese cazadores habría que inventarlos. Ya ha ocurrido en otras partes.