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Esta modalidad de caza es aquella que se ha establecido en
virtud de la necesaria salubridad y de espacio de la que debe disponer el
grueso de las especies cinegéticas por el procedimiento regulador de adecuar su
densidad al medio, mediante extracciones controladas consecuentes. Dentro de la
capacidad de este sistema estabilizador, caben otras opciones que no son
debidas únicamente al alto nivel poblacional que puedan mostrar en momentos un tipo de fauna, sino que también, en cuanto a
síntomas que presenten, referidos a la calidad individual, su edad, enfermedad
contagiosa, falta de movilidad, defectos genéticos visibles, o cualquiera de
otras peculiaridades, que no aconsejan, ni es conveniente que permanezcan en el
hábitat natural en que se desenvuelven. En el capítulo de caza extractora selectiva
se deben reconocer otras maneras de profundizar en la resolución de estas
problemáticas cuando se presentan. A diferencia de capturas oportunas, en las que importa el
número de ejemplares abatidos sin tener
en cuenta sexo y condición, me refiero en concreto al fenómeno actual del
jabalí y sus cuantiosas piaras, en su día el venado y gamo en el Sueve, consecuencia directa de
limitar su demografía en áreas de máximo apremio debido a la sobredimensión
alcanzada por el “cerdo salvaje “y los problemas de todo tipo que ello ha
supuesto.
Por el sistema de selección que no es necesariamente cuantitativo,
es obligatorio valorar aspectos que se encuentran sujetos a consideración
previa al lance y que forzosamente tienen que cumplirse en orden a lo
dispuesto. En algunos casos, me refiero al rebeco y venado, especies que he
recechado en las condiciones que señalan esta modalidad en la vertiente leonesa
de la Cordillera Cantábrica y que era obligado verificar tuviesen una
puntuación determinada, incluso defectos, muy por debajo de las que se acercan
a las medallas, antes de proceder a efectuar el lance. Ello entraña dificultad.
Encontrar la pieza adecuada que reúna las condiciones “leoninas” a que autoriza el permiso requiere
de paciencia y de mucha observación; equivocarse en la apreciación, sucede que
el decomiso del animal abatido es un hecho que puede suceder y consecuentemente
traer posibles complicaciones a su autor/a, incluso para el celador. No es la primera vez.
Precisar desde la
distancia, las características anómalas que adornan a este tipo de ejemplares
herbívoros sin temor a errar, presenta serias dificultades en la mayoría de las
veces máxime cuando entran las dudas si la visibilidad no es la adecuada, que
es lo que mayoritariamente suele suceder en los montes que jalonan la
Cordillera Cantábrica. Sucedió que
desarrollando un permiso de caza selectiva, que por sorteo me había tocado,
tras dos días de intensa búsqueda sin encontrar nada que fuese lo ajustado, después
de recorrer, prismáticos en “ristre”, y
los artilugios de rigor colgados en mi espalda, los fuertes y intrincados
repechos de la zona encomendada, ¡por fin..! se pudo avistar lo que resultó ser
una vieja hembra de rebeco entrada en años (14) al parecer ya perdida su
capacidad de procreación, y, por tanto, nada que hacer por aquellos
“andurriales, portadora de una cuerna visiblemente
en decadencia, al decir del guarda, que había
oteado sus disminuidas dimensiones
de cornamenta estimando como adecuadas para efectuarle una entrada. Salvadas
unas peripecias para que no fuésemos detectados, conseguida una distancia prudencial, sin perder de vista el objetivo principal, y,
una vez, efectuado el disparo con acierto, procedimos al cobro del animal, con gran satisfacción de ambos intervinientes,
de forma especial para el guarda al que
noté le había bajado la tensión reflejada en su rostro al comprobar a simple
vista que el animal abatido se hallaba en razón de la estructura de su cuerna
dentro de los limites señalados en el permiso para esta modalidad de caza.
Había sido todo un ejercicio de portentosa precisión, algo que le honra y habla
bien a las claras de la profesionalidad y conocimientos de este profesional. Respiró
el celador y yo también.
Las cosas se habían hecho bien, si se ha de tener en cuenta
que existe para todo el personal de guardería de las reservas leonesas, la obligatoriedad de recoger muestras
biológicas del animal abatido para su análisis, a la par que dejar constancia
mediante fotografía de su carácter morfológico para su posterior envío al
departamento oficial correspondiente, como prueba fidedigna de que
efectivamente no se habían incumplido las normas. Para más detalles, diré que la cabeza de la hembra de rebeco abatida, tuve que
dejarla, por imperativo legal, en custodia durante un tiempo indefinido en
“manos” de la Consejería del Medio Ambiente de Castilla-León. Pasado un plazo
prudencial me fue devuelto el conjunto de su cráneo a mi domicilio, una vez que
el taxidermista hizo lo que se hace para estas cosas, sin costas a mi cargo, lo
que supongo por cuenta de la Consejería, cuestión que es de agradecer. Pero
además de esto, todas las piezas de las distintas especies abatidas en la
reserva durante la jornada serían revisadas en profundidad” in situ” por una
especie de agente especial o inspector encargado de certificar su aprobación, o
exponer reparos (que no fue esto último nuestro caso) sobre el animal abatido. La
rebeca, presentaba una longitud de separación en lo alto de las dos cuernas de
cinco centímetros, lo que estaba dentro de los parámetros que rigen para estos
casos especiales. Por esos me ratifico en decir que la vista del guarda había
sido excelente. Mejor imposible.
Mantengo el criterio que la distintivo que representa la caza
selectiva, reúne más inconvenientes que hacerse con un trofeo “medallable” en
cualquiera de sus manifestaciones (oro, plata y bronce), especialmente si en la
zona donde se actúe tiene una buena densidad y calidad. No hay que precisar
tanto, salvo si se pretende un” laurel” relevante que obliga necesariamente a
una búsqueda y rastreo en igualdad de condiciones a la selectiva que nos puede
llevar varias jornadas si la suerte no acompaña. Un trofeo de tamaño medio, si
quien rececha lo acepta, encontrará más facilidades; se localizan mejor y no
hay que medir tanto. En el lance puede obtenerse cualquier tipo de puntuación,
pues no estará penalizado, solamente el bolsillo a razón de los puntos
obtenidos. Por eso creo que se hace más cómodo abatir un trofeo que uno de
estos animales venidas a menos como era el caso. Para el guarda acompañante
recechar selectivamente significa tener adosada una sobrecarga de
responsabilidad, motivo de un exigente control disciplinario por parte de la
superioridad, muy pendiente de que la normativa sea cumplida a rajatabla. En
Las Reservas de León, en mi caso, lo he
podido comprobar en las escasas oportunidades que he tenido de cazar allí.
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