Había sido mi primera Peña de Caza con continuidad en la que me inicié y a la que pertenecí. Antes habia tenido esporádicas actuaciones, insertado aquí y allí, en grupos ocasionales, formados para cacerías puntuales. Un largo periodo de siete años fue el tiempo que duró mi presencia entre aquellas magnificas personas, extraordinarios compañeros y excelentes maestros, poseedores de una peculiaridad singular de su personalidad, en lo que a la caza se refiere, que les identificaba de manera especial: el respeto a las normas que regían y que otorgaban los permisos de caza. Nunca fui testigo, ni tuve conocimiento de actitudes “extrañas” que implicasen malsanas responsabilidades o inadecuadas formas de ejercitar la caza. Todo un síntoma.
Iniciaba yo, con estas encomiables premisas y con mucho cuidado en mis quehaceres, mí formación y actividad venatoria, de forma más especial, en la modalidad de la mayor en la que siempre estuve más centrado. Un recorrido extenso e intenso, al que nunca abandoné, que me llevó a conocer a lo largo y ancho de nuestra geografía regional (siempre encuentro algún rincón que me sorprende y me emociono al contemplar la belleza de nuestra tierra), las variantes orográficas de su composición, la amplia y densa red de sus montañas y extensas masas forestales, altas cumbres, espaciosos valles, en definitiva a su cambiante flora y la diversidad de especies de su fauna autóctona, cinegética y protegida. La caza ha sido para mí (supongo que igual que para muchos aficionados de generosa intención) una escuela de vida en donde prima y se consolida, por encima de intereses personales (por desgracia aquí también los hay), la amistad, las relaciones personales y su debida y atenta consideración.
Funcionaba esta cuadrilla de forma colegiada; estaba presidida por Manuel Panadeiro Gómez, de vice-presidente Francisco Rozas Carral, secretario Rogelio García Arboleya y de tesorero el que aquí suscribe. Otros nombres propios eran: Ernesto del Campo Colunga, Juan José Fuente, Víctor Valle, Manuel Nuño, Luis Prieto Carcaba (Montenuño) Manuel Panadeiro hijo, Carlos Rodríguez Díaz, Ramón Pastrana Mori, Carlos Varela Monasterio, Eladio Ovalle, Manuel Arbesú (Manolo Santamarina) y Lecio. Representaba un grupo compacto, muy hermanado hasta su disgregación a finales de los años setenta. La Sociedad Astur de Caza, a la que pertenecíamos como asociados, nos concedía la posibilidad de ejercitarnos en este deporte en los terrenos de caza que gestionaba. No cesaba la actividad de este grupo solamente en el ámbito de la Astur, sino que también en las Reservas de Riaño, Mampodre, Fuentes Carrionas en la Comunidad Castellano-Leonesa y la Reserva de Saja en Cantabria eran puntos estratégicos de nuestras andanzas.
Indudablemente en tan largo espacio de tiempo hubo éxitos, pero también sonoros fracasos. Los más estrepitosos se sucedían en la Reserva Nacional de Saja. Los cazadores foráneos no éramos bien recibidos por los locales y por tal motivo sufríamos las consecuencias de estos desafectos, de la que no quedaba excluida la violencia que ejercían sobre nosotros (en más de una ocasión las ruedas de nuestros automóviles se vieron perjudicadas) y la zona o cuartel objeto de caza, movida con anterioridad al día del permiso. Duró dos temporadas nuestra actividad en aquellas tierras con nulo o escaso bagaje.
Por lo tanto la mayor actividad venatoria se ejercía en los cotos sociales de la Astur dependiendo siempre de lo que la suerte nos deparase como resultado de los sucesivos sorteos que esta entidad celebraba. Los cotos de Sobrescobio, Aller, Caleao-Caso, Piloña-Nava, Amieva-Rio Melón-Carombo (cantu Cabroneru), Laviana (El Raigosu) eran los más representativos en cuanto a densidad y diversidad de especies cinegéticas, de forma especial Corzo, Rebeco y Venado. Llaímo, Cotorgan, La Marea, Bomalu, Pendón, Xulió, Río Melón, La Ortigosa, La Chamoca, Carombo, Les Praderes, La Sierra de Amieva, La Panda, Fuentes de Invierno, La Vega La Valencia, La Verde, El Retriñón, entre otros muchos (se haría extenso señalarlos), correspondían a lugares emblemáticos y con mucho prestigio por su calidad y cantidad de especies de caza, enclavados dentro de los cotos sociales, en donde se desarrollaba una gran actividad y a los que todo el mundo aspiraba.
Algo de pintoresco, como seña de identidad adornaba la especial idiosincrasia de algunos componentes de esta peña. Durante un cierto tiempo, sus integrantes viajaban (no tuve la posibilidad de hacerlo) en un viejo Ford de nueve plazas que posibilitaba dar cabida y transporte a un buen número de sus miembros. Lo conocí ya abandonado, para el desguace; en sus laterales constaban impresos vistosos adornos con alegorías cinegéticas, de mucho colorido que llamaban la atención allí por donde pasaba. Indudablemente la denominación por la que se conocía a este popular y peculiar grupo, no era por casualidad, pues si de alegría se trataba, entre sus miembros se hallaban los más genuinos representantes de esta apariencia. Finalizada la jornada de caza, el retorno a nuestros respectivos domicilios sufría modificaciones en el horario previsto, pues comenzaba otro tipo de actividad, de concepción lúdica distinta, que solía finalizar en horas nocturnas avanzadas.
Han sido muchas las experiencias acumuladas que hemos vivido juntos, cargadas de anécdotas de todo tipo, cuya evocación se hace imperecedera. Siempre guardo un gran recuerdo de estos buenos amigos -algunos entrañables- con especial cariño a estos personajes, de los que no me he desligado nunca. Nos vemos de tarde en tarde, siempre es muy agradable el reencuentro con estos personas de los que tantas y buenas lecciones y atenciones he recibido. Es verdad todo lo que digo.
