No existe contradicción posible por mucho que ciertos sectores de nuestra sociedad, denominados progresistas o modernos traten, con sus deficientes opiniones, de revertir una realidad palpable. Se ha dicho y demostrado de forma reiterativa que, la caza, el dinamismo de su ejercicio, la fortaleza de sus estructuras, representan un elemento capitalizador imprescindible en la conservación de la naturaleza y la protección de la biodiversidad.
El Lobo es quizás, el especímen más emblemático de la vida salvaje; sin duda, un gran beneficiario de las poblaciones de animales de caza mayor, de las que es un gran consumidor. Coincide paralelamente la colonización territorial de este superior carnívoro con un evidente período álgido en cuanto a un elevado censo de especies de caza se refiere (Jabalí, Venados y Corzos) existentes en la actualidad, que le permite vivir, desarrollarse y alcanzar un nivel optimo de constante expansión y una mejora sustancial en su estado reproductor y de cría; todo ello, fruto de las posibilidades que la caza en su conjunto le garantiza. La participación y el dinamismo que ejerce la actividad cinegética a través de sus organizaciones, tanto públicas como privadas (cotos sociales), es la gran impulsora de la sostenibilidad y fomento de este cánido que se adapta, crece o disminuye, en número de individuos, de la forma más conveniente para su propia supervivencia, sobre los vaivenes cuantitativos de densidad y diversidad de la fauna cinegética.
Resulta paradójico, sorpresivo, digno de encomio y por tanto de ser debidamente reconocido que, todo un colectivo, como es el de los cazadores, fuertemente agraviado desde una mayoría de posiciones conservacionistas, tenga una participación tan activa, no ya solo en la defensa de las especies propias de su actividad, sino que también en aquellas otras clasificadas como protegidas. Evidentemente la caza, sus organizaciones sociales, sufren las consecuencias negativas de este depredador sobre su riqueza patrimonial que son estos recursos naturales renovables, por las pérdidas que este cánido infiere a sus habitas, cuya cuantía económica es difícil de precisar por la falta de concreción y evaluación de este tipo de daños (muy diferentes de los que se producen sobre animales doméstico, dado el control y seguimiento que se ejerce sobre ellos)) y el desconocimiento que se tiene sobre la cantidad de piezas extraídas objetivo final de sus ingestas como presas de este animal de tan extraordinaria voracidad
No hay resarcimiento, vía apoyo económico en forma de subvenciones, para el colectivo cazador por esta negativa situación y, una vez más, se le exige a la caza, a sus bases, sean los auténticos sostenedores de una inusual situación. El Lobo, gracias a los cazadores, es una verdad incuestionable, vive una época dorada; de seguir las cosas así, se le vislumbra un futuro muy halagüeño. En calidad y cantidad. Larga vida al lobo sí, pero con regulación de sus efectivos. Debería de hacerse con luz y taquígrafos, muy a diferencia de lo que se observa, clasificando al Lobo como especie cinegética que posibilite sus abates.