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La severa conjetura de populismo demagogo mostrada en algunas
expresiones emitidas con adornada veleidad por ciertos personajes de la clase
dirigente y activistas relacionados con la supuesta defensa de la
biodiversidad, en un afán notable de lanzar descrédito sobre los cazadores,
signo inequívoco de una identidad mordaz en su crítica, no obedecen a una
realidad virtual verosímil en los hábitos y costumbres de un colectivo,
al que relacionan, antes y durante una
jornada de caza, con la carencia de moderación en la ingestión de licores.
No se da el caso con carácter general de estas supuestas prácticas,
si acaso, más bien, se deben situar dentro de un contexto de formación residual
de consecuencias intrascendentes. Se subordinan,
sin embargo, este tipo de inculpaciones, a una estrategia, como parte activa de formación critica de filón
inagotable, cuyos principios ideológicos contrarios a la caza, busca con denuedo la
apertura de frentes comunes hacia el desprestigio
de un gremio, el de los cazadores, ya demasiado castigado con impertinentes
necedades en la validez que representan sus valores conceptuales y de
desarrollo.
No deben ser globalizados aspectos de hechos de negativa
actitud, que de forma esporádica acontecen en torno a la caza, porque no atañen ni son incumbencia al conjunto integral de sus
fuerzas. Acciones individuales puntuales, esporádicas, si las hubiera, no son el todo que
faculte desmembrar el sentido racional de un comportamiento ejemplar, al que
sirven con verdadera dedicación y solvente eficacia los cazadores.