Han salido los de siempre y algunos más. Me refiero al accidente de caza sufrido por un niño, con una escopeta del calibre 36, propiedad al parecer de su padre, de la que el accidentado, en un momento puntual, había hecho un irregular uso, como es el apoyar el cañón en el píe, cosa que nunca se debe de hacer.
Digo que han salido los de siempre y alguno más, muchos más, haciéndose eco del incidente ocurrido sobre el que blasonan, hablan y no callan, en programas televisivos de dudoso gusto, al menos para mí, como si en ello les fuera la vida. Censuran algunos oportunistas que pululan por estos medios, cuestiones que no les viene al caso (lo suyo son otros lodos), con desmedida pasión, la actitud del padre que, benévolo con el hijo, se abstrajo de su responsabilidad en el uso y custodia del arma en cuestión. No haré nunca apología del descredito que significa esta cesación del padre en un momento puntual, el abandono de su obligación debida al respeto y cumplimiento que se ha de tener con las normas legales que imperan en nuestras Leyes y Reglamentos sobre la tenencia, uso y disfrute de armas de fuego, lo hará el código normativo que recoge las sanciones por infracciones cometidas al vigente reglamento de armas, y precisamente no lo haré como cazador y solidario con el padre, porque sería poner en cuestión el talante en el comportamiento de miles de padres cazadores, incluido el mío, que alguna vez no han vencido la tentación de permitir a su hijo tener entre sus manos, bajo la atenta mirada de su progenitor, una de las armas, o el arma, con las que han venido practicando la caza (en muchos hogares españoles, una tradición que se transmite de padres a hijos) como un signo de aprobación, incluso ilusionante, el poder comprobar que su descendiente se interesa desde temprana edad, por un ejercicio, como es la cinegética, que tantos valores, amistades, satisfacciones, conocimientos le han reportado, y que a su heredero, de seguir su trayectoria en esta práctica venatoria le sobrevendrán.
Parece que hacen leña del árbol caído en desgracia por este infortunio es lo que priva en estos días. Quién de nosotros los cazadores, a edad temprana, al igual que este niño, no hayamos podido, henchidos de orgullo, gozar en alguna oportunidad de la posesión del arma de caza de nuestro padre, solamente por el mero hecho de poder tocarla y contemplar. La diferencia estriba en el infortunio. No se debe demonizar a nadie de la forma en que se ha procedido. Los factores externos ajenos a los hechos y a la caza, debidos a la relevancia social de los personajes implicados, han pesado en el oportunismo de ciertos informadores.Si ha habido falta leve, será la propia Ley la encargada de subsanar el error. Y al niño, que se restablezca pronto de sus heridas en el pié y lo pasado le sirva de lección cara a su futuro ingreso en el gremio de los cazadores, que sin duda lo será, para su bien.