El hombre ha incoado sobre los seres vivos él sustantivo concreto que denomina a todas y cada una de las especies que pueblan nuestro planeta. Características y peculiaridades anatómicas las hacen ser desiguales y las distinguen. No hay uniformidad morfológica, como es natural, y no todas tienen los mismos hábitos y costumbres, lugares de asentamiento querenciales garantes de su libertad; murallas defensisvas de supervivencia, en donde poder desarrollar normalizado su ciclo biológico y en cuanto a su alimentación difieren sustancialmente unas de otras. Herbívoros, carnívoros, son la síntesis parcial de una fauna silvestre que, en plenas facultades, cubren sus necesidades vitales, siguiendo el instinto que la naturaleza les otorgó, desde el mismo instante de ser concebidas
Hasta llegar a nuestros días, el uso generalizado y exclusivo del término fiera, adoptado por la sociedad para calificar la idiosincrasia en lo que respecta al Lobo y al Oso, animales de leyenda, seculares habitantes de nuestros montes astures, ha sufrido una metamorfosis que ha desembocado en una percepción más tenue. Situaciones subliminales de expresión dialéctica, buscando un efecto desmitificador de sus credenciales se han dado desde el arraigo sectario conservacionista imperante en torno a especies consideradas peligrosas para la integridad física de las personas.
Ni el Lobo, es el hermano Lobo, idealizado y exaltado desde el expresionismo mediático confusionista de sus instintos ancestrales con producciones plagadas de un lirismo surrealista que entran de lleno en el terreno de los relatos de ficción, ni el Oso responde a los predicamentos mitológicos que han tratado de crear una imagen ficticia e irreal, caracterizada de mansurrón y somnoliento que lo situan como algo cercano a nuestra vida cotidiana al que no debemos de temer. Un recorrido por la historia, avanzando en el tiempo, próximo a nuestros días, situan a estas dos criaturas, en algo contrario a su primitiva definición. Abandonan la concepcion de fieras o alimañas por lo que antaño eran reconocidas, guardando un ambiente hostil en el mundo rural, fruto sin duda de una inadecuada percepción de sus instintos naturales, si tenemos en cuenta que matan únicamente para alimentarse, mutándose de forma gradual en un concepto de nuevo contexto crediticio, que ajusta e identifica sus estirpes, más acorde con la realidad con que desarrollan sus habitos y costumbres. La palabra predador o depredador, son variantes que en lo sustancial no difieren la condición de su estado interpretativo, toman cuerpo en la actualidad, a diferencia de tiempos pasados, entre la ciudadanía que las adopta para lo cotidiano en el uso de su expresión verbal, cuando a ellas se refiere.
Conceptualmente se les denominaba, como animales dañinos, al que toda una pléyade de profesionales de su caza y captura, pululaban a lo ancho y largo del Estado, en un claro ejercicio de “modus vivendi” complementario y redentor a sus precarias economías familiares, dándose la paradoja, que su aprovechamiento, en lo referente a la venta de sus pieles y carne, suponía unos ingresos superiores al premio o tasa que por Ley las autoridades tenían establecidas, a fín de erradicar o minimizar lo máximo posible el perjucio que este tipo de fauna producía sobre el ganado domestico. Se debe de pensar que la densidad yacente en aquel tiempo en Asturias de estos poderosos carnívoros, según estadísticas elaboradas por prestigiados historiadores, llegadas hasta nuestros días, era muy superior al contexto actual
El lobo, el oso, el zorro, la gineta, la marta, el jabalí, por citar algunos de los más características especies silvestres consumidores de carne, no han sido ni son fieras, tampoco alimañas, son simplemente, quizás, solo eso, animales irracionales en el más extricto sentido de la palabra, que obedecen a su primigenio instinto, eso que define la biología, como pauta hereditaria y de comportamiento tan común a todas las especies. No se si en el futuro, pasados los años, el sustantivo predador aún tiene un recorrido de mejoras en su afección, si será sustitído por otro menos lesivo a medida que la ciencia avance y la sensibilidad se regenere. Dados los antecedentes, es posible que se produzca.
Asi, sucesivamente hasta llegar a los años cincuenta del pasado siglo, donde entran en juego diversos “gurus” del activismo proteccionista medioambiental, orientando sus discursos regeneracionistas más acordes con un pensamiento y acción basados en la defensa y recuperación de algunas especies indigenas en vías de extinción. El Lobo y el Oso, en sus lugares de asentamiento, se encontraban a mitad de centuria, en franco declive demográfico, perdían asimismo la conceptualidad atribuída de fieras y alimañas. La necesidad imperiosa de proteger estas especies ante lo que se preveía su mas que seguro ocaso, en especial el Oso, hizo posible que se tomaran por la ciudadanía e instituciones conciencia sobre el escaso nivel de su existencia en números de individuos y se arbitraran medidas dotandolas de medios que evitasen su declive, Como primera intervencion correctora para su protección, suponía la necesida de evitar tener que referirse a los antiguos conceptos de fiera y alimaña, revertir esta tendencia sustituyendo esta leyenda hiriente por otra, cuya entonación al pronunciarse, regalase más al oído.
El vocablo predador es el sustituto de los viejos conceptos; el de uso expresivo incorporado mas común en el ámbito de la sociedad civil.Se ha desterrado la animosidad que se vertía sobre este tipo de fauna. Para ello, ha sucedido que desde el proteccionismo de los derechos de los animales se haya infundido al mundo cívico, a través de pura docencia, un hado mitificador, que no por eso debemos dar por cierto. Cuando alguien se encuentra, aunque sea sin proponerselo, frente a frente a estas dos especies, teme por su vida, lo digo por propia experiencia. Es un hecho cierto al que nadie puede poner peros. Todo un síntoma que contradice las inocuas e irresponsables percepciones de aquellos propagandistas que creen y aleccionan, extendiendo su creencia fantasiosa en el efecto balsámico que produce a las personas la contemplación en su habitat de estos predadores. Las incursiones en tierra lobera y del plantígrado cantabrico, deben estar sujetas a suma prudencia, guardando en todo momento el estado preventivo en la seguridad que se requiere.