Existe disparidad de criterios sobre el número determinado de capturas del jabalí en nuestra comunidad. El debate queda abierto al son de la frontera creada que señala y establece los límites de cupo. Las diferencias vienen marcadas por una mayor tolerancia en el cobro de piezas de esta especie por parte de la administración, mucho más proclive y permisiva a promocionar abates de este suido, debido al escaso interés que les suscita, al que no le interesa tener asentamientos en cualquiera de sus reservas regionales u otras zonas declaradas de interés protegido, especialmente por las controversias que suscita su presencia y los perjuicios económicos que origina la acción constante y permanente de este omnívoro como consecuencia de sus hábitos alimenticios.
No así, es el procedimiento de las gestoras de la caza, abocadas como están a mantener un estable equilibrio que permita dar continuidad a la acción de cazar; una oferta obligada de un producto que guarde relación apropiada con el distintivo calidad-precio (participación y cuotas de afiliados asequibles). Si estableciesen las sociedades locales de cazadores asturianas cupos máximos de extracción de índole cuantitativa superior, en lo que al jabalí se refiere, pudiera darse la circunstancia de sufrir una importante involución de esta especie similar a tiempos pasados, no muy lejanos. Pero no es ese el caso, ni tampoco parece lo que interesa.
Debe mantenerse, según mi opinión, respetando las demás, como no podría ser de otra forma, una densidad racional que permita conjugar, por una parte la sostenibilidad del sistema y por otra el mantenimiento de posibilidades en el ejercicio de esta práctica. Ello no debe de ser óbice para, regulados los cupos a conveniencia, según densidad, los administradores de estos recursos naturales que así procedan, en aras de una oportuna dependencia futura, queden excluidos, por haber adoptado medidas prudentes, de las posibles prebendas que puedan sobrevenirles en forma de ayudas o subvenciones oficiales (toda una hipótesis, por la inexistencia de programas de concertación en este sentido, nada dadivoso, que el Gobierno del Principado, ha tenido a bien no desarrollar). No deberían primarse los cupos máximos de capturas, con benefiosas ayudas, en detrimento de los mínimos. Estamos hablando de cazar y no tiene que haber diferencias entre aquellos que optan por la continuidad al máximo de sus cupos, seguramente obligados por una alta concentración de este cerdo salvaje en sus terrenos objeto de acotado, de aquellos otros sin la densidad adecuada que permita elevarlos. Si así lo hiciesen, aumentar la tasa de cobros de estas piezas en zonas con escasa población jabalinera, en aras de captar ayudas, vía subvenciones, flaco favor se estarían haciendo. Los cazadores queremos cazar; una caza intensa del jabalí, desproporcionada, que diese lugar a un desequilibrio sustancial negativo de su comparecencia, cuya finalidad busque alcanzar objetivos de rentabilidad económica, sería contraproducente para el devenir futuro de aquellas entidades que gestionan estos bienes.
Por tanto, mesura y tacto, ecuanimidad en los planteamientos a la hora de facilitar abates, ello no debe ser una traba que impida acceder a las ayudas económicas a que tengan derecho. Todos por igual, en orden proporcional a su extensión y estructura de soporte. A ninguna sociedad de caza, de tipología social, le interesa tener una excesiva condensación de este tipo de fauna, no se lo podría permitir.
Que la caza comunitaria debe de estar subvencionada, en la medida en que deba serlo, es un acto de justicia. No debe de haber discrepancias en el paralelismo obligado con otros sectores que sí reciben importantes donaciones de organismos públicos, como ayudas excepcionales al deporte, la cultura, la música, teatro, cine, y así un largo etc. La caza, no tiene reciprocidad, carece de incentivos de los estamentos oficiales; no se ve correspondida ni arropada en su gran generosidad por la función social que desempeña en la regulación de un tipo de fauna silvestre denominada cinegética y su valiosa aportación al conjunto del ecosistema, a la par que su complementariedad como instrumento válido por lo que supone su fuerte dinamismo y presencia en sectores industriales, rurales, de empleo (directo e inducido).Todo un “sostén” para nuestra economía regional que no ve reflejada su impronta tal y como se merece.