La entrada del cazador por fincas rurales, no siempre es aceptadas de buen grado por el propietario o en su defecto llevador, a pesar del derecho que nos asiste, si antes no ha habido alegaciones contrarias a estos usos y hayan sido tenidas en cuenta por la autoridad competente. No obstante, unido a estas actitudes, ha crecido una clase que, sin ser rural, son los residentes en urbanizaciones y viviendas unifamiliares a las afueras de núcleos poblacionales, que efectúan quejas y denuncias preventivas imaginarias sobre los cazadores cuando es detectada su presencia en lugares próximos a su estancia.
No siempre es así, es justo reconocerlo. A este respecto, quisiera resaltar y dejar constatación de un hecho que me ha sucedido en el transcurso de una batida de caza mayor. Cuando un cazador hace uso de su paso por fincas (normalmente lo suele hacer por orillas de los herbazales, nunca a través de cultivos, en plena ebullición de su crecimiento o a punto de ser cosechados), se juega, en cualquier situación, sucede con harta frecuencia, no obstante el cuidado que ponemos en el tránsito, una regañina de los propietarios o llevadores de la finca en cuestión e inclusive, en momentos puntuales, con amenazas contundentes. No ha sido el caso que me aconteció, cuestión que me congratula y agradezco a su autor, un lugareño del medio rural, trabajador del campo que, con su tractor en marcha se acercó hasta la posición en la cual me encontraba apostado, siguiendo atento y a la expectativa las noticias que llegaban e inundaban las emisoras, sobre lo que acontecía al instante en el transcurso de una batida a jabaliés de la que yo era participante. Lo vi venir y llegar hasta mi lado, me saludo cortésmente a lo que le correspondí en el mismo sentido, interesándose por el desarrollo de la cacería. Esta se encontraba en su periodo más álgido, los jabalíes habían sido detectados por los perros y estaban siendo acosados, le informe de como estaban las cosas en ese momento, lo cual quería decir que pronto saldrían a los puestos, como así sucedió. Mi ubicación estaba dentro de los terrenos de su propiedad; la portilla de entrada a la tierra, abierta, yo mismo la había dejado así, en prevención de facilitarme las cosas, caso de tener que hacer un movimiento. Nada me dijo por este hecho, salvo el deseo de que tuviésemos suerte en las capturas; le informé porque lo había hecho y dejándole constancia en cuanto me fuese de aquel lugar, el cierre volvería al estado en que lo encontré, lo cual asintió, no sin antes advertirme de que prestase la máxima atención, pues era zona de paso frecuente de estos animales. Venía a trabajar aquellos terrenos, limpiarlos de alguna que otra zarza, adecentarlos para su mejora y rentabilidad. No cabe duda que la presencia de cazadores alteraba sus planes de trabajo, originando un cierto retraso en sus labores, con las molestias del caso. Esperó en silencio, con el motor apagado (pudo haber hecho todo lo contrario y no lo hizo), expectante y paciente a que todo terminase (más de una hora, me encontraba incomodo por la contrariedad que le originaba), sin importunarme. Finalizada la “echada”, extraída la munición de mi arma, me dirigí a él para darle las gracias por su buena disposición para conmigo. Ni un mal gesto, ni una mala palabra. Me deseó buena suerte para lo sucesivo.
A veces sucede, con más frecuencia de lo justo y necesario, que los cazadores somos objeto de intimidaciones (personalmente lo he sufrido en varias ocasiones, no siendo el único) por personas del medio rural. Con esta especial situación de afear con vehemencia nuestra conducta, aunque esta sea ortodoxa, más allá de adecuada y responsable que la normativa legal nos permite, se da la paradoja de que protestan por todo, con las excepciones del caso, es decir, por los daños producidos que padecen en sus cultivos por la fauna salvaje, no revertidos económicamente, según sus quejas, con suficiencia por los responsables de hacerlo, casi siempre en desacuerdo con su monto y el deseo de que por sus lares no aparezca ningún cazador ni a cuarenta kilómetros a la redonda.
La cuestión, cabe preguntarse ¿qué es lo que quieren? Si no hay actividad cinegética, supuestamente desaparecidos los cazadores, el problema alcanzaría una dimensión superior, se agrandaría en exceso, hay antecedentes que lo verifican. Si ahora sus lamentaciones y comportamientos, son del cariz que tienen y ello a pesar de la regulación, a través de las extracciones autorizadas que hacemos de las especies cinegéticas que les perturban y perjudican ¿Cómo les iría ante una hipotética suspensión de la actividad venatoria? Peor, no cabe duda.
Por lo tanto comprensión hacia nuestra actividad por aquellos que en nada facilitan nuestra labor.