Estas versiones de
caza mayor distintas aquellas otras de las de trofeos, entrañan, por si mismas,
diferencias apreciables, en cuanto a su
lance se refiere, las cuales se traducen en una serie de dificultades a tener
en cuenta, dada su posible trascendencia, superiores a las que en un principio el
cazador agraciado con uno de estos permisos pudiera pensar, especialmente, si
es nuevo en estas contiendas y no tiene referencias que le hayan orientado
sobre lo que se va a encontrar.
No es nada fácil, incluso me atrevería a señalar a este tipo de caza mayor, como de un serio
compromiso, tanto para el cazador, como para el guarda acompañante. En juego
factores diversos que acreditan el grado de responsabilidad y conocimiento que
el profesional que nos tutela debe de poseer. Sujeto al cumplimiento de unas
normas estrictas, para que no haya equívocos, el cazador queda a merced de las
decisiones que a la vista de lo que sucede en el campo observado previamente
por el guarda acompañante, después de un exigente rastreo visual, decida sobre la realización de un posible
lance que nos posibilite la oportunidad de cobrar una res declarada cinegética
de características especiales, si nos atenemos a la peculiaridad morfológica que presente la pieza de caza, objeto de ser abatida.
Expongo mis creencias, fundamentadas, no
en teorías, sino en hechos concretos que me han sucedido personalmente y, según
cuentan, a otros muchos recechistas, cuando he tenido la oportunidad de practicar
estas modalidades, que me han llevada al convencimiento de que es mas fácil abatir un trofeo que uno de estos ejemplares, pues las connotaciones del caso no son idénticas. La
posibilidad de obtener un trofeo apreciable
que me satisfaga, se me ha presentado en varias ocasiones en el transcurso de
algún que otro rececho de estas variantes, denominadas por la administración,
como de ”otras cacería”. Evidentemente me he tenido que circunscribir a lo que el permiso me autorizaba.
La caza selectiva como gestión racional conlleva la extracción
del hábitat cinegético, de cualquier atisbo que pudiese tener influencia
perniciosa sobre la calidad y cantidad de la cabaña cinegética. A diferencia de la representativa, ofrece
menor incidencia en su localización; se puede ver con menor grado de dificultad a un animal
enfermo o con deformidades graves en su físico, u otras causas que afecten a su
movilidad, lo que facilitará sin duda la labor para su oportuna extracción.
En cuanto a la caza representativa, la práctica de esta
versión de aprovechamiento, a mi parecer, y creo que es así, adquiere otras
proporciones. El cazador tendrá a su alcance, por un precio de menor cuantía,
el conseguir en las reservas regionales de caza asturianas, algo que pudiera
estar relacionado con el cobro de
un trofeo, en su nivel más bajo se
refiere: es decir, lo que se considera una medalla de bronce, límite para el
venado en los 155 puntos y 75 para el rebeco.
Pero es aquí, en esta tabla de puntuación, donde nacen y crecen
las dificultades, especialmente para el guarda acompañante, que tendrá que
hacer todo un ejercicio de fina
sensibilidad interpretativa, sin error posible, para que la puntuación señalada
no sobrepase y se adapte a la norma que dicta el permiso. No cabe duda que es
complejo determinar por la distancia la puntuación exacta de la cuerna, si esta
no es llamativa, teniendo en cuenta que
el cazador, en su deseo de obtener el mejor resultado posible en estos permisos
especiales, presiona al celador para acercar su posición, respecto a la pieza de
caza, a la orilla del trofeo, en evitación de recoger una muestra de relativa
estima. Caminar al “filo de la navaja”, sobrepasar la puntuación mínima, le supondrá al cazador la perdida de todos los derechos y el
decomiso integro de la pieza abatida.
Otra cosa es la búsqueda y el hallazgo de lo que interesa.
Encontrar lo ajustado en la autorización, requiere a buen seguro, salvo
imprevistos que la suerte nos depare, de muchas horas de observación; de la
realización de un esfuerzo físico complementario, que requiere de una buena preparación y material adecuado. Dependiendo
de las fechas autorizadas, las posibilidades de éxito, aumentan o disminuyen,
pues las piezas, alertadas suficientemente de los peligros que corre su
integridad, por antecedentes gravados en sus retinas, a tenor de las bajas
producidas en los distintos grupos, al
final del tramo para su caza, marcan trecho con sus perseguidores, lo que
implica de horas supletorias tras su localización y acercamiento.
Cazar en los tiempos de berrea del venado, de ronca en el
gamo o en periodo de celo para el rebeco, momentos en que la naturaleza demanda
el cumplimiento sin excusas de estas obligaciones, es de una seria adversidad
para esta fauna, pendientes siempre de cumplir con este requisito, que las hace
ser y estar mucho más vulnerables,
bajando la guardia, concediendo al cazador, por tal motivo, múltiples
posibilidades.
La caza representativa se hace fuera de estos ciclos biológicos
(dificultad añadida), tiempo en donde las especies se han concentrado en otras
actividades menos lúdicas, pero seguramente provechosas para sus seguridad, poniendo
tierra por medio, a cualquier advenedizo
que pueda, aunque sea en lontananza, importunar su tranquilidad, haciéndolas ser
más observadores de todo lo que concierne a su alrededor.
Estas son las razones más significativas, a mi criterio, de que la caza representativa, contrariamente
a lo que se `piensa, adolezca de
facilidades.