Mil Osos Pardos en la cordillera cantábrica, vaticinan, sería
una cifra mágica que posibilitaría un
estado idílico cuantitativo que le haría estar en disposición de establecer un principio de
sostenibilidad definitiva de esta especie; garante de una continuidad expansiva
y de colonización; augurio de años de prosperidad para el plantígrado de
nuestros desvelos en virtud de una progresiva descendencia que le permitiese abandonar el “selecto club”
de especies en peligro de extinción.
Ante los efectos de una demografía prolífica de nuestro plantígrado,
cabe preguntarse ¿Cuál es la capacidad de acogida que los grupos ecologistas
pretenden perpetuar en orden a un nivel poblacional muy superior al actual y
que Asturias pueda soportar y atender, sobre este tipo de fauna, tan sumamente
protegidas, y, porqué, y para qué?
La cabaña osera en la comunidad asturiana, aun dista mucho de
acercarse a una densidad que la pueda equiparar a la habida en otros tiempos- siglos anteriores al actual, caracterizados
por la fuerte presencia de este plantígrado en áreas de distribución propias de
su habita de montes y bosques. Las numerosas capturas que se producían, según
las crónicas de aquel tiempo llegadas hasta nuestros días, son fiel reflejo de
una situación que nos precedió.
Hoy el Oso Pardo Cantábrico, ha dejado de conceptuarse como
una fiera; tampoco se le conoce por un carácter depredador, y, si, por un tipo
de especie omnívora que se ha avenido en
catalogar de forma sibilina por el
ecologismo, como de competidor en la
disputa por procurarse alimento con el resto de las demás especies con las que
convive en sus espacios naturales.
Habría que preguntarse sobre cuál es la necesidad perentoria
que arguyen de tener los asturianos y sus conciudadanos de la montaña mesetaria
de la cordillera una vecindad tan acrecentada y acreditada y las posibles consecuencias
para el hombre que generaría la continua presencia cercana de una fiera de
estas características –no se debe olvidar ni relajarnos, sobre la debida precaución que nos prevenga de los posibles
ataques de cierta fauna salvaje con poderío suficiente para hacer daño.
El ritmo demográfico
del Oso Pardo Cantábrico con habita generalizado de los de su especie en la
cordillera que lleva su propio nombre, se puede considerar, desde mi criterio,
como el más adecuado y que aún es muy pronto para detener, si procediese
hacerlo algún día, llegado el caso, como un recurso natural de aprovechamiento
cinegético sostenible. Acelerar el fomento de natalidad y protección de este
verdadero icono de la naturaleza asturiana, según mi opinión, no será aconsejable,
requiere de temporalidad en el marcaje de las pautas que permitan convergencia en su interrelación con el
hombre. No debe desprotegerse, ni caer en el abandono de la riqueza hereditaria
de carácter autóctono que señala las características morfológicas y biológicas
de este singular vecino de los asturianos, si por una necesidad incomprendida,
en aras de cuantificar a mayor, son unidos lazos de sangre de distinta
componente genética, que pudiesen desvirtuar a su propia especie. Cualquier
iniciativa que se adopte al respecto que provoque estos efectos es una
alteración del orden natural; lo que sin duda significaría un fraude de ley
consentido.
El lobo hispano forma también parte de este tandeen- binomio
Lobo-Oso- que con tanta actitud defensiva ejerce el gremio conservacionista
medioambiental. La tutela a ultranza que hace este sector de una causa, cuyas razones
esgrimidas no se sostiene del todo, puesto que nadie quiere exterminar al lobo,
si acaso someterlo a parámetros de racional tolerancia y afectación, basada en
las exigencias a incorporar medidas legislativas correctoras a gobiernos que
impidan, ante cualquier excusa su extracción del medio, representa un
anacronismo de quien más pierde es la sociedad en su conjunto, traducido en
perdidas económico-sociales y la captación de ingresos, a la vez que una desviación de fondos públicos,
clasificados como subvenciones, que bien cumplirían su destino otras misiones
de sello benefactor, y no al mantenimiento de
estructuras de menor o nula productividad.
La especial idiosincrasia del instinto voraz de este animal,
cuestión que le distingue por su insaciable necesidad de consumo de carne; cifras
elocuentes cuantiosas de ganado domestico y especies cinegéticas desaparecen a
diario, victimas del hábito alimentario y a veces no tanto, puesto que abandona
a sus víctimas una vez que haya producido su muerte, tiene que tener un techo en
su ritmo demográfico.
Hay lobos suficientes,
de todas las condiciones, en el conjunto
el planeta tierra en cantidad suficiente, aunque no todos los territorios
tengan ocupación de este depredador, para
que este cánido tenga asegurada su continuidad; otra cosa se puede cuestionar, menos la garantía de su supervivencia.