No es la caza (una actividad extendida por todo el mundo que ejercitan millones de ciudadanos) a pesar de su exigente reglamentación, la actividad más peligrosa de las que se practican como ocio en la naturaleza. Lo demuestra el escaso bagaje de siniestros que presenta su enorme dinamismo (multitud de aficionados, en período de veda abierta, salen al campo con sus armas y munición debidamente autorizadas para este ejercicio). Los resultados de las estadísticas son elocuentes: nos informan del diferencial entre los accidentados y aconteceres luctuosos en este deporte que es la caza, con aquellos otros que se celebran en parajes naturales, que aún a pesar de estar clasificados como de bajo perfil en su dificultad de realización y riesgo para la integridad física de las personas, presentan anualmente datos elocuentes de accidentes registrados, inclusive con fallecimientos, superiores en número a los que la cinegética produce y soporta.
No es mi intención tratar de minimizar o quitar “hierro” de algo que preocupa sobremanera especial en el ámbito de nosotros los cazadores. Toda seguridad que se adopte en el uso de armas no será suficiente, así me consta, y reconozcamos imprudencias que ocasionan percances graves. Las medidas preventivas que se adoptan por los miembros de una cuadrilla durante las batidas, en mano o al salto, son exhaustivas, de rigor extremo en su aplicación (siempre habrá alguien, como en cualquier otro sector de la sociedad que, con su actitud invasora de las reglas de juego, no cumpla con estos requisitos).
Bajo perfil en cuantía, han tenido hasta la actualidad los incidentes que se han registrado en el amplio colectivo de la venatoria que haya afectado de forma directa a la integridad física de las personas. Todo un refrendo para los cazadores, que con su actitud responsable, no hacen más que confirmar el alto grado de su capacidad contraído en el ejercicio de sus funciones No obstante estos cuidados cautelares, no siempre son lo suficiente que se desea obtener. Concurren circunstancias en que el influjo y la transcendencia en el uso de la armas son agentes capitalizadores de lo acontecido. No serán las armas el único motivo.
Estamos asistiendo al uso masivo de poderosas armas de fuego para cazar, calibres y municiones de todo tipo, de gran contundencia y eficacia que, una vez impactados en el animal objeto de abate, después de atravesarlo con su fuerte aceleración, siguen su camino, rumbo a un lugar incierto. Se deben estimar los efectos que resultan del empleo de munición explosiva: ese proyectil de frágil fragmentación, momentos en que sus esquirlas se bifurcan y salen espoleadas en varias direcciones, una vez colisionadas con la dureza del terreno.
Si a estas anómalas alteraciones, observamos que no todo lo que reluce en la caza es cazadores; en su cuerpo social se han integrado un espécimen (debemos reconocerlo) advenedizos, de afición tardía, con escasos conocimiento, ávidos de mostrar los éxitos conseguidos en este arte en sus relaciones sociales. Se me hace difícil creer que un conocedor profundo, cazador experimentado de las medidas de seguridad, obedezca a los parámetros que señalan la imprudencia, la impericia, con tal de satisfacer el ego, como germen de una negligencia.
Se debe discernir en las fuertes censuras que se vierten sobre los cazadores cada vez que se dan estas circunstancias tan perniciosas, entre el hecho imprevisible, un suceso del que nadie está interesado se produzca por causas ajenas al buen criterio del cazador y la negligencia o imprudencia de un acto, como es efectuar un lance directo, en la espesura del monte sobre algo que se mueve, sin saber a ciencia cierta que es.
No obstante cuando un hecho de estas características se produce, el relieve que alcanza de su dimensión, tiene un tratamiento genérico desigual en los distintos medios, de los que se producen en otras actividades deportivas cuya actividad también se ejerce en escenarios medioambientales idénticos. Al hilo de la cuestión, por sectores propagandistas contrarios a la labor cinegética se vierten incendiarias soflamas (es un caldo de cultivo al cual se aferran), nacen infundadas críticas en sectores contrarios, cargados de enjundias, que ven en este ejercicio un compendio de maldades.
Somos muchos cazando y algo tiene que suceder, queramos o no, a pesar de nuestros esfuerzos en evitarlo. Decir prudencia, dejar que la pieza cumpla, observar con seguridad su imagen, especialmente su cabeza (nunca se debe de tirar sin antes haberla visto), son requisitos indispensables que nos han de acompañar. Tengámoslo presente.