Escribir es tener
problemas, pues las palabras tienen vida propia, independientemente de su uso y
aceptación.
Por mi condición de cazador y defensor de la caza he sido
receptor de alguna que otra destemplanza dialéctica; compartimento estanco de
un perfil sectario en el que los cazadores somos un cuerpo extraño, presente
siempre a la hora del descrédito de una
actividad que desdeñan en nombre de un sentimiento que consideran de naturaleza
superior
Ciertamente, cuando escribo, no busco halagos ni bienes
materiales, pero sí algo primario, por otra parte elemental, justo y necesario, como es reciprocidad en cuanto a comprensión y
respecto de las ideas, a pesar de las lógicas disparidades de criterios.
En esta línea de mantenimiento de ponderar el mensaje, en
consonancia con el buen uso y tutelaje que procuro hacer de las palabras que
cito en los pasajes literarios de mi
autoría, mantengo la norma invariable que me he dado, tanto en la narrativa
como en el artículo, de guardar en el punto crítico la debida consideración y
respeto a las personas e instituciones. Es una lealtad inamovible que mantengo hacia mi formación humana.
No adapto mis textos, ni por acción, o por omisión, a
conveniencia de criterios que no comparto. Sucede a veces, que no es el fondo,
sino las formas empleadas cuando se impregnan de un rito extemporáneo, pues en síntesis, más que estar en desacuerdo con lo que se
plantea, sucede una versión distinta que descubre las verdaderas intenciones de
quien así actúa.
La impunidad que ofrecen las técnicas de contacto a través de
la red, posibilita un cierto anonimato para aquellos que viven al amparo de
esta permisibilidad. En ellas encuentran la oportunidad de alimentar su adicción al despotismo que desnuda la esencia intimista
de una personalidad, dejando en zona de sombra la precariedad educacional de una confusa
idiosincrasia.