La propuesta se convierte por sí misma en una extravagancia. Inculta ocurrencia de alguien que desconoce profundamente el alma
y sentir de una actividad que, sin entenderla es imposible de valorar. Es la
versión distinta de un decorado alejada de una realidad conceptual: la autoestima del
cazador se nutre invariablemente de la esencia de la caza.
No se concibe la caza sin definición real, situación inequívoca
que le concede valor y la estigmatiza. El asunto consiste en negar lo obvio,
tratando de vender una utopía de interés sobrevenido capaz de generar impacto
mediático: todo un método de
contraposición que persigue al buen
ejercicio que de la caza se hace. Emplear la técnica dialéctica para negar el
principio de una realidad, se ha constituido en estos asistentes de lo paradójico
e insustancial en un credo litúrgico
Para estos menesteres,
carecen de objetividad y les asiste el desconocimiento (la ignorancia es muy atrevida; la intención,
en este caso, muy perversa) quienes hacen este tipo de inusuales propuestas
sobre los aspectos generales intrínsecos que representa todo el movimiento que
conlleva la acción de cazar.
Es verdad que la caza ha cambiado, pero no en todo; queda mucho margen a donde asirse. Aún persiste relativizar un
lance concediéndole tradicionalidad a su
ejecución. No es posible, carece de lógica, cualquier otra alteración que
persiga desnaturalizar un sistema que
tiene hondas raíces en la conservación, protección
y fomento de los recursos naturales renovables, como son las especies
cinegéticas. Conviene regularlas en forma de sostenibilidad adaptada a un hábitat
que les permita desarrollarse y cumplir sus ciclos vitales, y, para ello, la
caza presta su decisiva colaboración. Si
cazar consiste únicamente en visionar este tipo de fauna; plasmarla en imágenes
para posterior exhibición como trofeo, que no se produzcan extracciones reglamentadas
en orden a los sucesivos planes técnicos y de aprovechamiento anuales,
debidamente autorizados, según densidad y circunstancias, entraríamos de lleno en un ciclo
pernicioso de imprevisibles consecuencias que se supone puedan llegar a ser de
una gravedad extrema para la salubridad de estos animales que tanto gustan defender.
Seré crítico con el autor del despropósito. El caso es que, sus comentarios
han tenido eco a través de los medios en la ciudadanía. El tema está en la
calle y, referente a él, he sido abordado por gente de mi entorno y,
ocasionalmente, por otras personas que me conocen y saben de mi relación con la caza. La corriente
de opinión de mis interlocutores ha sido esclarecedora; una gran mayoría se ha decantado a favor de la tesis de
los cazadores. Por tanto, los deseos altamente perjudiciales del instructor de
banalidades, han carecido de respuesta positiva para sus intenciones. Y, es
que, para hablar de caza, hay que ser cazador. Este Sr. que trata de
inmiscuirse en temas ajenos a su entender, no practica la caza, como es notorio.