Foto del autor con un jabalí cobrado en libertad en el Coto Social, denominado Llanera (Asturias).
Pudiera parecer que no tienen relación, los unos con los
otros. Verán que sí, aunque parezca extraño vincular a animal y maquinaria de
características tan sumamente dispares. Pero es evidente que tienen
interdependencia muy estrecha, cumpliendo funciones especificas; indaguemos un
poco. En principio ambos elementos tienen en común que su lugar de ubicación es el medio rural -algo muy significativo-, aunque el jabalí y
sus proles se acercan cada día al humano y se constituye en un vecino urbanita
más, instalado en los barriales periféricos de las ciudades y villas menores.
El jabalí es una especie declarada
cinegética, susceptible de ser aprovechada como recurso natural sostenible y el
tractor otorgando cobertura, como medio mecanizado de apoyo que le haga al
hombre-campesino la servidumbre del trabajo en el campo menos penosa.
La caza del jabalí representa para el cazador, un valor
preferencial estimativo en la actividad que ejerce. Siempre ha tenido
connotaciones especiales que le han permitido obtener sentidas emociones. La
utilidad del tractor, como fuerza motriz, es de múltiples aplicaciones: sirve, incluso,
como elemento de transporte; el diseño estructural que le caracteriza faculta a
su propietario a unir complementos de gran utilidad que les hacen ser más eficaces en las tareas
de añadir valor a sus explotaciones agrarias.
Cuenta un amigo mío cazador,
muy aficionado a esta actividad, como le fue en una primera y, por lo que me
dice, reafirmándose categóricamente en su experiencia, última ocasión de
practicar la caza del suido en una finca
de titularidad privada, clasificada como cinegética, de esas que tanto abundan de Madrid para
abajo, de formación especial, dadas las peculiaridades de su composición y
desarrollo puesto que su patrón de comportamiento en cuanto a gestión y
aprovechamiento no son precisamente un referente adecuado, aunque si legal, que tengan en cuenta los principios fundamentales
de todo aquel que sienta en su fuero
interno el arte de la caza.
El hecho es que mi animoso compadre, ilusionado ante las
perspectivas que contaban y no paraban;
esperanzado ante las alusiones de buenos augurios de lo que supondría, una fructífera
jornada de caza, como primera cita en aquellos parajes, tan distintos a los norteños
de su residencia cotidiana, recibía sensaciones expectantes, persuadido como
estaba de realizar prometedores lances a “cochinos” en gran cuantía y de forma
que le congratulase.
Las primeras
sensaciones recibidas, una vez instalado en la casa de campo de aquellos terrenos, antiguo cortijo,
reformado a efectos de constituirse en
un lugar de descanso y residencia temporal para su explotación comercial,
con otro giro empresarial distinto a la de
su creación, resultaron altamente satisfactorias; buen ambiente entre los allí
reunidos que serían sus compañeros de partida venatoria; comentarios de
veteranos de estos encuentros jabalineros
alabando la alta densidad y calidad en
los trofeos de jabalíes que tenía la finca, conocida por estas características en
participaciones anteriores.
Excelente la organización de todos los actos previos y
posteriores. Agradable descanso después del largo viaje, calidad gastronómica
la ofrecida, y buen servicio. Al alba, en pié, desayunos típicos de aquellas
tierras y reunión de juntas para el sorteo de puestos. Adjudicado su número que
certificaba el lugar de ubicación en que se encontraba su puesto, este tendría
lugar en una zona situada en los límites de la montería.
El tractor esperaba a la puerta del antaño cortijo, serviría
de elemento de transporte, pues se le había adosado una extensa plataforma con
asientos. Una vez apostillados los reales aposentos en aquellos rellanos
supletorios, cargados con sus bártulos y luciendo armamento especifico de
supuesta gran precisión y positivos efectos secundarios, transcendentales para
el cobro de la pieza, siempre y cuando la puntería haya sido afinada, un grupo
de cazadores, iniciaban el recorrido, rumbo al cazadero. El bus-tractor
circulaba por senderos oscilantes, intrincados, dado lo irregular del estado de
su calzada.
Pronto fueron dejadas las primeras esperas. Nuestro protagonista,
según cuenta, le correspondería ser el último de la fila. Durante el trayecto
observaba sin perder detalle de la densa vegetación y sus características que florecían
en el área a recorrer por los monteros
agitando a sus perros en la espesura del monte, con el objeto de mover a los
jabalíes de sus encames y posterior salida a los tiraderos. En esas estaba
centrado; no serían disparos fáciles, la alta maleza dificultaría la
visibilidad; convendría estar muy atento a lo que las rehalas con sus
inconfundibles latidos le harían llegar; debería, por tanto, estar alerta a cualquier movimiento y ruido sospecho
que se produjera desplegado por los “guarros”.
La plataforma se iba desalojando de inquilinos, dejando a
cada uno en su sitio. Sentado, mientras se avanzaba, ensimismado en intentar dar
solución de la mejor manera posible en lo que suponía numerosos lances en aquella jornada de caza
tan añorada; la población “cochinera se presumía notable”, no obstante, esta quedó constatada en sus retinas, pues
alguno de estos animales, se había dejado ver cercanos al vehículo a motor. Un
hecho que le extrañaba, pero que podía ser sinónimo, de que, ciertamente, la abundancia
de jabalíes en aquellos pagos correspondía con las promesas de que le habían hablado.
A punto de finalizar el trayecto, se producía una situación
insólita, inesperada para el protagonista del relato que echó por tierra todas
sus ilusiones. Relata el autor, cada vez se avistaba un superior número de
jabalíes; orillaban remoloneando en torno al tractor, la cercanía se hacía más
patente, aumentaba considerablemente la partida de estos animales que rodeaban
el vehículo impidiéndole continuar; una especie, a pesar de estas situaciones, declarada cinegética, nacidos y criados hasta edad adulta en cautividad, constituidos
como ganadería domestica para su aprovechamiento intensivo en cercas y
vallados, fuera de la tradicional actividad que ejerce el estilo ético de la
caza.
Oír el motor de aquel artefacto movil, acostumbrados a su tono, suponía
para estos bichos el efecto llamada que le preocupase alimentación. Decepcionado
y enfurecido el amigo presentó la debida reclamación, sin noticias hasta el momento. Claro que hay
interrelación entre jabalíes y tractores; que se lo pregunten a los “guarros”
quien les da de comer y algún que otro cazador que así se considere. Los otros,
los que practican este tipo de aprovechamiento ¿Cómo diablos, les denominaremos?