Existe preocupación en Asturias por la situación que viene padeciendo el corzo. ¿Cuáles son las razones de que en ciertos terrenos cinegéticos de régimen especial de nuestra autonomía, muy significados por su densidad y diversidad de especies cinegéticas sufra este herbívoro, desde hace tiempo, una sustancial involución en su necesaria sostenibilidad?
Evidentemente nada puedo aportar yo de conocimiento científico como respuesta; si, no obstante, a la negativa influencia futura que puedan derivarse para la caza y los cazadores como consecuencia de un retroceso significativo de su densidad. Mi perspectiva de lo que acontece, se basa fundamentalmente en las observaciones “in situ, que lo único que me permite es ver y darme cuenta de la magnitud del problema. El porqué se produce de forma tan importante la enfermedad y mortandad (cada día más extensiva por nuestro ecosistema) de este emblemático animal y sus explicaciones al efecto a la sociedad, las que verdaderamente correspondan con exactitud, si son conocidas, queda para aquellos especialistas en la materia (biólogos, analistas y otros) como es lógico, de los que esperamos acierten en sus pronósticos y posible aplicación terapéutica.
Existen razonamientos desde todos los ángulos que estiman con objetividad, como factor principal, la introducción, posiblemente sin cumplir en su día (hace más de 10 años) con las normativas sanitarias obligatorias para este tipo de actuaciones, de corzos provenientes de zonas cinegéticas al norte de los pirineos, sin determinar país, toda vez que la presencia del parasito no tenía descripción previa en España.
Fuera de lo que puede ser un contexto científico que como es natural no me corresponde, se debe destacar un hecho, como premisa, muy relevante, por la trascendencia que haya podido tener y del que es del todo necesario hacerse eco: nuestra administración regional, los responsables por aquel entonces (hace más de 10 años que fue detectada esta anomalía para la salud del corzo) de la salubridad de la fauna silvestre y la flora de nuestro ecosistema autónomo, supuestamente ya eran conocedores, desde los albores de este mal, cuando irrumpía negativamente con su presencia y no apremiaba, pero sí que dejaba los primeros síntomas nocivos a través de su aparición, revelando la presencia de un parásito; una larva, insecto volador, de la familia de los tábanos que habita en su inicial ciclo biológico en la cavidad de las fosas nasales y laringe de este tipo de ungulados y que sea posiblemente el causante del ocaso de un gran número de nuestros corzos.
Según se desprende por las noticias que nos llegan, al día de hoy, nada hay definitivo sobre esto criterio, se han hecho estudios que no han permitido sacar conclusiones afirmativas a cerca de conocer la verdadera incidencia que para el corzo pudiera tener en su estado de salud. Parece no se ha determinado con exactitud, si el parásito en cuestión es la única causa u objeto de acompañamiento de otras larvas, también identificadas en ungulados, parasitadas en las mismas cavidades craneales de este cérvido.
La función terapéutica que se pudiera lleva a cabo, una vez conocida por los expertos, la morfología, biología y su ciclo primario a pesar de la eficacia del amplio abanico de posibilidades farmacopeas mostradas en animales domésticos y silvestres en semilibertad, hacen sumamente difícil la aplicación de un tratamiento adecuado de las mismas en el corzo, dada la complejidad que ofrece su utilidad en estos animales, de carácter esquivo y desconfiados, que viven en libertad en plena naturaleza, sin estar sujetos a cercados y puedan disponer de comederos.
Confusa papeleta de solucionar, la enfermedad del gusano en el corzo. No será fácil erradicarla. Esperemos que nuestros “sabios” den con la clave.
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