Parece que
es la moda apuntarse a la reivindicación de la sostenibilidad y fomento de una
especie silvestre tan sumamente controvertida, como es el lobo ibérico.
¿Qué es lo
que induce a tanta defensa activa de este canido, que no guarda similitud en el
orden de estas preferencias con el resto de la fauna salvaje, a excepción hecha
del Oso Pardo Cantábrico, del Lince y la llegada tardía al rescate de la
supervivencia del Urogallo Cantábrico?
Constituidos
estos mamíferos de la familia de los carnívoros en principales iconos
emblemáticos del sector ecologista, acrecienta este gremio la defensa de su
causa, referenciada a un proceso caracterizado de involución gradual demográfica; influencia
permisiva, no obstante, de un pasado reciente sostenido en el tiempo que los
había situado a niveles de baja densidad
en nuestro ecosistema, en orden a la totalidad de sus individuos. La reacción a
esta decreciente y sensible pérdida señaló el deseo compartido desde distintas
instituciones, grupos sociales y ciudadanía, principalmente esta última,
residente en el medio urbano, la necesidad acuciante de reaccionar en positivo ante tan magna decadencia.
Es verdad
que existe causa común globalizada en orden a legislar con eficacia y
dedicación aspectos conservacionistas de la diversa fauna clasificada como
protegida, distinta de aquella otra gestionada desde el ordenamiento de la
actividad cinegética, por suerte sin verse en estas urgencias, que pueblan el
hábitat natural con que conforman sus asentamientos. No obstante, se aprecia un
hecho diferencial de contenido desigual en los métodos, siempre dependiendo, en
especial si el defendido goza de la categoría estatutaria de “especie en
peligro de extinción” aunque el nivel poblacional dado el expansionismo virtual
(excepción hecha del urogallo, viviendo esta ave su dramático periodo de
decadencia absoluta), carezca ya del carácter de ser un resorte divulgativo del
término extinción o en vías de alcanzar este estatus.
El lobo, la
utilidad que se hace de su figura, es sinónimo de vertido de caudales públicos
en distintas direcciones desde gobiernos regionales competenciales, bien sean
en forma de subvenciones dirigidas a captadores de estas prebendas o el justo
pago a damnificados por los destrozos que el depredador ocasiona en bienes
patrimoniales del sector primario, llámese cabezas de ganado. Tiene explicación
por tanto que aquellos que han resultado
beneficiarios de los dispendios gubernamentales en forma de ayudas públicas y privadas, sin olvidar aquellos
otros guardando lista de espera para ser
ungidos con este tipo de canonjías, hayan hecho “casus belli” (motivo de guerra
abierta) de la defensa del lobo.
Por tanto,
a la vista de lo que sucede y se espera obtener, debemos decir, que están en juego muchos intereses. Arrecian con inusitada
virulencia cualquier atisbo de episodio tendente a dar sentido práctico en la
conservación de este animal a través de los distintos métodos tradicionales que
concurren dentro de un marco legal, como
pueda ser uno de ellos el
aprovechamiento por la caza de este recurso natural sostenible a través de sus
expertas y bien organizadas asociaciones, que permita limitar racionalmente un
indebido crecimiento demográfico en y de las camadas.
Pienso que
no se guardan iguales formas en la
defensa del mundo salvaje. El urogallo cantábrico ha sido, entre otros muchos,
el último desclasado de esta servidumbre.
Ha bastado que fluyera el dinero y otro tipo de bienes materiales con destino a
preservar y fomentar tan singular ave, para que atentos los aspirantes a captores
de este tipo de momios les haya hecho entrar en celo y perseguir con ahínco una
parte de las prestaciones provenientes de los presupuestos generales, bien del
Estado, bien de los distintos gobiernos
regionales.