Se acerca a parámetros insostenibles; es la constatación de una certeza de la cual no debemos retraernos. Una seria problemática que genera fuertes controversias entre diversos sectores afectados de nuestra sociedad; nada se dice (por quien debe decirlo) del nivel poblacional alcanzado de este cánido y de sus zonas de asentamiento dentro de su hábitat natural. Parece que existe un “manto de silencio” que impide a la ciudadanía acercarse al conocimiento de una realidad que, tal vez, se nos quiere ocultar. A diferencia de otra especie, también protegida, como el oso pardo cantábrico, en donde los datos afluyen con generosidad por las partes interesadas como elemento propagandístico que sirvan de reconocimiento a su labor, la conveniencia de informar en cuanto a este soberbio carnívoro y las consecuencias negativas de su poderoso dinamismo, se ocultan, quizás como una medida preventiva ante una posible creación de alarma social, o bien tratando de revertir una secular creencia de pretendida animosidad que los humanos podamos sentir hacia él lobo, fruto de legendarias leyendas y erróneas interpretaciones, producto de una supuesta ignorancia transmitidas a través del tiempo por nuestros antepasados; obedeciendo a una sin razón defensiva ultraconservadora del lobo, adoptada de forma generalizada, a cualquier precio, sea el que sea su importe y la cantidad de animales domésticos o especies cinegéticas que maten. Es una realidad palpable la densidad de este predador, (no valen ambages ni enmascaramientos) su ritmo vital, de largo recorrido, le hace colonizar extensos y variados territorios, motivando una presencia constante cuantitativa y lo que ello pueda suponer en el devenir futuro en la necesaria consolidación de las especies de caza mayor, objetivo principal de sus ingestas, de las que es un gran beneficiario. ¿Debe de regularse esta especie en contra de criterios proteccionistas ególatras?; si el número de individuos alcanzado fuese un problema para el ámbito rural y venatorio, siendo lo necesario, debería de hacerse (primero el hombre y su desarrollo y bienestar). ¿Cómo?: Bien a través de capturas por métodos naturales y sedaciones, o permitiendo sus abates, una vez clasificada como especie cinegética. En cuanto a las primeras opciones, las más deseadas y sin alternativas posibles para el ecologismo, crearía un nuevo foco de conflicto el traslado del animal vivo y su posterior suelta; se llevaría a cabo en zonas de gran valor patrimonial de recursos cinegéticos o de pastoreo y por tanto, hasta entonces, exento de su presencia. Su recepción, para los lugareños ganaderos y la caza en general, daría lugar a la instalación de una problemática hasta entonces desconocida en sus respectivos asentamientos, por inexistentes, lo que abriría las puertas a desagradables acontecimientos como anticipo a resarcirse de posibles daños. Los sindicatos agrarios, ganaderos y gestoras de caza, sobre este asunto, tendrían mucho que decir. La caza responsable, aquella que se practica bajo el dominio de las normativas legisladas a tales efectos, se posiciona como un elemento válido y contributivo, por deriva en la racionalidad de su propio ejercicio. Seguramente esta actividad secular, tan denostada por estos colectivos que se dicen de ayuda a la naturaleza (la caza también) sea la alternativa válida para el control del lobo. El sectarismo ideológico de tintes naturalistas, instalado en capas de nuestra administración por acuerdos políticos, de los que no tengo nada que objetar, es el abanderado de una negativa aptitud que ha originado una desmesurada super-protección muy nociva, dada la constante evolución sustantiva y el nivel de progreso alcanzado por el lobo. No puede ser esta especie un elemento de distinción a diferencia del resto de la fauna silvestre, que imponga obstáculos e impida su aprovechamiento. Forma parte de un conjunto que dentro de la globalidad reguladora debe de hacerse de los animales salvajes.