Esto que se dice de que la caza no es deporte, comporta
relativismo; genera polémica en una sociedad que se ha posicionado en su contra
en exceso. Hay versiones contradictorias muy diferenciadas. La caza puede ser
muchas cosas. Una de ellas que como actividad organizada tiene en el
interiorismo de su práctica pasajes de actuaciones que se rigen a través de los
códigos que marca el deporte. Y es que, la falta de una percepción cierta de
que pueda disponer la ciudadanía sobre ella, sea muy probablemente el motivo
principal de que siga estando mal
entendida.
Sobre un marco
establecido de tentativas retoricas contrarias a la caza, constituidas en un frente
agitador promovido por profesionales de la doctrina ecologista y algunos otros colectivos de afinidad ideológica, con el
apoyo de ciertas terminales mediáticas generalistas, tratan de movilizar y unir
a su favor sensibilidades con prejuicios hacia todo aquello que provenga de la actividad
cinegética, como preámbulo de un proceso abierto que busca deslegitimizar el
concepto deportivo adjudicado a la caza.
¿Pero quién puede quitar al cazador la condición de sentirse
deportista? Con independencia de
modificar la norma que ha venido dictando la pertenencia de la caza a la
disciplina deportiva, existe arraigado en el sentimiento del cazador una norma
ancestral no escrita, que contradice cualquier objeción perceptible relacionada
con este tipo de vocación. Cada uno es deportista en el grado que así se
considere. Es la versión de un concepto personal intimo que no tiene que estar
sujeto a criterios de nadie, ni de nada. Por muchas operaciones de descredito
que se hagan con la intención de diferenciar esta condición, es inevitable que
el cazador sienta en su fuero interno que su oficio se desenvuelve a todos los
efectos dentro de un sello de tan señalada inclinación vocacional. Siempre ha
sucedido así, por mucho que se empeñen en querer demostrar lo contrario.
Es evidente que la caza requiere de una nueva mirada; ha
evolucionado en concepción y desarrollo en algunas de sus modalidades hacia un modelo de signo
competitivo que precisa de una normativa uniforme que la obliga ante ciertas
entidades (Consejo Superior de Deportes, Federación, etc.) a su exacto
cumplimiento bajo el arbitrio de jueces deportivos. Son ya muchas las
evidencias de ello. El viejo principio de que la caza no ha sido nunca un juego
ni una competición, ha quedado invalidado.