En tres ocasiones he tenido la oportunidad de ver, muy de cerca, la esbelta y poderosa figura de este animal en plena libertad y con una total autonomía de movimientos. Distintas situaciones en cada encuentro que me han permitido tener sensaciones de gran impacto emocional, de sorpresa y de temor, incluso de angustia, ante la situación planteada. Los hechos acontecieron en distintas épocas en montes de la cordillera cantábrica, siempre motivados por mi relación directa con la caza de especies clasificadas como cinegéticas y por tanto debidamente autorizadas.
Una de ellas, la primera, la más intranscendente, sucedió camino de San Antolín de Ibias (Asturias). Disponíamos de un permiso de caza para el jabalí, en montes de Marentes, Riodeporcos, Busto y Sena del coto gestionado, en aquel entonces por la Sociedad Astur de Caza. Recorríamos en nuestros vehículos, la dificultosa carretera (nada que ver con la actual) del puerto del Connio (limite con el bosque de Muniellos, enorme masa forestal con gran variedad de especies arbóreas e importante asentamiento de fauna silvestre; 5000 hectáreas parece ser su extensión), casi paso obligado para llegar a nuestro destino; coronábamos la cima (1315 de altitud.) cuando un frenazo brusco del automóvil que abría camino, nos hizo poner en situación de alerta. Por las ventanillas, sus ocupantes nos hacían señales indicadoras de atención a un determinado lugar. Así lo hicimos, fijando nuestra mirada hacia una pequeña campera existente en la cumbre del puerto, a ambos lados de la carretera, pudiendo observar la esplendida morfología de un oso que con parsimonia paseaba su esbeltez a nuestro alrededor. Se dedujo que no tenía prisa, pues daba muestras de estar interesado, dado su acercamiento a nuestros vehículos, (prácticamente pegado a ellos), por nuestra presencia y aquellos extraños aparatos, durando un rato largo su compañía entre nosotros. Se fue tranquilo, sin intimidación alguna con un paso cansino, supuestamente perezoso y deslabazado en su andar, camino de Muniellos. Evidentemente, toda una experiencia inolvidable, por lo inusual de lo acontecido.
Pasados unos años y en el transcurso de una cacería de jabalíes en montes de la localidad Belmontina de Boinás (Asturias) los perros con una gran dinamismo y con unas ladras continuas, afirmaban haber “levantado” algo. Centrado en el lugar asignado como espera, sobre lo que previsiblemente la situación me daba a entender, sentía, cada vez más, la llegada inminente de un estruendo. En mis cavilaciones pensé que la suerte estaba de mi lado, la posibilidad de abatir una pieza de cierta consideración me hacía concebir esperanzas. Preparado para recibir lo que viniera y preocupado, pues el movimiento de la maleza se hacía con mucha fuerza y su trayectoria pasaba por mi lugar de ubicación, pronto observé una sombra oscura que se abría paso con violencia y a gran velocidad con un acoso cercano de los perros perseguidores. No fue evidentemente lo que esperaba, sino que la “sombra” en cuestión, ya totalmente perceptible, era un oso en fuga. Pasó por mi lado, a escasos metros, muy acelerado, con rumbo a otros pagos, dejando tras de sí, una estela de incertidumbre y de sorpresa. Un hecho relevante que añadir a mi historia personal como aficionado a la caza.
El oso, despide un olor característico, lo he podido detectar cuando en mi niñez, mis compañeros de juegos y yo, nos acercábamos a la jaula que tenía en el parque de San Francisco el Ayuntamiento de Oviedo con los osos Petra y Perico. Nunca se me olvidaron aquellas emanaciones que pasado el tiempo tuve oportunidad de volver a sentir. Sucedío recientemente en la Reserva Regional de Caza de Fuentes Carrionas (Palencia), montes de Lores, próximos al pantano de Ruesga, en el corazón de la montaña Palentina, cercano a la localidad de Cervera del Pisuerga. Nuevamente el jabalí como excusa nos hizo emprender la marcha; hacia allí nos trasladamos un grupo de cazadores dispuestos a disfrutar de una jornada de caza, con la ilusión puesta en obtener un buen resultado. Repartidos los puestos por el guarda acompañante, él mismo, me hace una indicación de que fuese previsor al cruzar, camino de mi “espera”, un pequeño valle repleto de maleza (piornos), pues en él, los jabalíes suelen tener sus “encames”, por lo que procedía llevar el arma debidamente acondicionada por si fuese necesario hacer su uso de forma inmediata. Cumpliendo esta recomendación me alejo del grupo rumbo a la cota asignada. Un camino muy cerrado que me dificultaba el tránsito y me hacía perder la verdadera senda. Salvados estos inconvenientes, hizo su aparición la nieve que empezaba a cubrir con un débil manto aquel magnífico espacio natural. Lo insólito en aquellos parajes tuvo lugar a través de mi móvil telefónico (me extrañó que hubiese cobertura) su inconfundible tono me hizo atender aquella llamada. Finalizado este trámite, reinicié la marcha surgiendo la sorpresa unos segundos más tarde, ante mí, entre la escasa nieve, contemplaba las huellas “frescas” de un oso, reinando en el ambiente una sensación extraña, pues detectaba un olor ya sentido en otras ocasiones lejanas. No tardé en darme cuenta del porqué de aquellos efluvios; en mitad del sendero (a escasos diez metro)s cubriéndolo con su envergadura, me esperaba uno de los inquilinos superprotegidos, secular residente de aquellos parajes naturales, como es el oso pardo cantabrico, dando muestras supuestamente de intranquilidad, pues giraba de derecha a izquierda su enorme cabeza, sin perderme de vista. Momentos de angustia, por mi parte, difíciles de narrar. Mi reacción pudo haber sido cualquiera; en esta oportunidad sin dejar de apuntarle, emití un grito que, más que otra cosa, entiendo había sido de pánico. Una responsabilidad, en décimas de segundo se apoderó de mí, ante la posibilidad de un ataque eminente de la bestia, a la que no estaba dispuesto a concederle ningún tipo de ventaja. El destino o vaya Vd. a saber, quiso que en aquel lugar, la tragedia no se cebara con nadie. El oso, en esta ocasión, ni corto ni perezoso, al escuchar el sonído de mi voz, cargada de un fuerte componente de sensible emotividad, salió en estampida, cuestión esta, que yo le agradezco eternamente.